Me preguntaba si los tipos que diseñaron los asientos de los trenes regionales son capaces de dormir después de tal obra de arte. Aunque en este caso debería darles las gracias por complicarme lo de ganarle horas al sueño.
Mientras volvía de Madrid, me llamaban más la atención las páginas de “La melancólica muerte de Chico Costra” (un préstamo de mi hermano el Flaco), que el desgaste físico que ya empezaba a acusar y que acabaría llevándome a dudar horas después si aguantaría en pie todo el concierto entero.
Son de estos días que, de alguna manera, le cambian a uno la vida.
Quedé con Juan en la radio donde nos esperaba el jefe de filas, Rubén Negro.
Rubén es uno de mis hermanos abulenses. Nos conocimos en la radio local, hace unos cuantos años, la mañana que siguió a la noche en la que compuse “Miedo”. Él me entrevistaba en su programa y yo toqué el tema en directo. Fue una conexión instantánea y absoluta.
Semanas después de esto, en una época de vendavales, un jueves nos cogimos el coche y nos plantamos en Segovia con un colega común. Nos pillamos el pedo de la historia, nos contamos todas las mierdas del mundo y nos juramos hablar en directo horas después por la radio. Él me llamaría y me preguntaría por mi música. Una vez más, cumplimos objetivos de un modo subliminalmente sublime.
Es uno de esos tipos que tienen que pasar por tu vida para que esta signifique algo.
Estuvimos de entrevista en entrevista hasta que llegó “el más flaco de todos los Perros”,
Casi nadie sabe como nos conocimos David y yo, pero creo que ese momento merece un post aparte.
Llegamos casi una hora tarde a la prueba de sonido, donde nos esperaba Carreño, uno de los capos Pucelanos. Es uno de los nuestros y creo que con eso explico bastante. Otro tipo con el que me podría tirar las horas muertas hablando de canciones. Y llegó el bolo.
Salió David a tocarse unos temitas para enseñarle al Café Teatro por donde iban los tiros de su nuevo trabajito, otro más y ya van tres.
Cuando salí del “backalmacén” vi la sala petada, y aunque esperaba gente, uno no se acaba acostumbrando nunca a eso de que la gente venga a los bolos después de haber tocado tanto para tus viejos, el camarero y alguna chica que venía buscando explicaciones donde no las había.
Fueron rodando las canciones y nos fuimos creciendo, hasta que un tipo subió al escenario, agarró el micro mientras yo cantaba una versión de “Los Rodríguez” y soltó la perlita. No era negativa, era inapropiada. Sé que no hubo ningún tipo de mala intención en aquella acción, pero también entiendo que nadie tiene derecho a joderme un tema por tener un arrebato visceral gracias al Chivas. Yo no le cojo la agenda al comercial, ni el volante a los taxistas. Y no ha sido por falta de ganas…se trata de respetar un poco, no es tan complicado. Aun así, terminamos enteros y en pie.
Acabé con la noche antes de que acabara ella conmigo.
Me quedé en Valladolid el viernes y me volví a acercar al Café a ver a Vikxie, que tocaba esa noche. Me invitó a cantar mi canción favorita suya por sorpresa y nos acabamos partiendo en el escenario antes de bajarme para no seguir haciendo el ridículo. Sólo recordaba la última palabra de cada estrofa y no estaba mi cabeza para exprimir información.
Las charlas y las complejidades de lo real y lo irreal, de todo lo visible y lo invisible, de lo divino, de lo banal y de un dios que si existe, seguro se dedica a hacer canciones.
De Valladolid a Ávila, lo que dura un disco de Ryan Adams.